Opinión / Columna
Fuente: La Prensa
Raúl Carrancá y Rivas
Organización Editorial Mexicana
16 de febrero de 2012
Hay personas que creen que cumplirán con su deber ciudadano sólo depositando la papeleta en la urna electoral. ¿Votar cómo, por quién? No importa, el hecho es votar, en otros términos, participar en el proceso, asistir, hacer acto de presencia que no de ausencia ni mucho menos de esencia.
Y esas personas no son miles sino millones. Se dirá que exagero, pero lo que digo es verdad demostrada. ¿Qué son las papeletas en blanco? ¿Y qué es peor, pregunto, la abstinencia o el voto mecánico? Yo pienso que éste porque aquella, aunque mala, implica al fin y al cabo una participación, una protesta.
Es como una especie de resistencia pasiva, si cabe el término. Ahora bien, ¿por qué se vota mecánicamente? En primer lugar por una falta de información adecuada o por una supuesta información "capsular" y donde el razonamiento es imposible, como en los "spots".
En este sentido yo coincido plenamente con el ingeniero Cárdenas y con López Obrador, quienes insisten en la necesidad de que haya debates en que se razone, se proponga, se dialogue y se concluya. Lo contrario llevará al voto mecánico; y que conste, puede haber millones de votos así, ya lo dije, y que cuantitativamente inclinen la balanza hacia un determinado candidato.
¿Y de esta forma se elige a un Presidente de la República? Hacerlo es tan turbio como el fraude o la manipulación electoral y en el fondo equivale a una falta absoluta de certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad, que son los principios rectores en la organización de las elecciones federales a cargo del Estado, según el primer párrafo de la fracción V del artículo 41 de la Constitución; porque los principios anteriores presuponen que el ciudadano sepa cómo se vota, por quién y de qué manera.
Presuponen en una palabra democracia efectiva y no simulación de democracia.
En tal virtud, me parece, es que el IFE ha determinado dejar a los candidatos presidenciales la decisión de celebrar más de los dos debates previstos en el artículo 70 del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales, pero coadyuvando en su organización. También se prevé que dichos debates se lleven a cabo por instituciones académicas siempre y cuando se invite a todos los candidatos registrados.
Y aquí me detengo para solicitar como académico y universitario que la UNAM, y en especial su Facultad de Derecho, organice por lo menos uno de esos debates. La Universidad Nacional Autónoma de México es la sede natural de la inteligencia en México, del debate, de la confrontación razonada de ideas, de la dialéctica, de la retórica, del análisis consciente y responsable. En la Facultad de Derecho, por ejemplo, enseñamos lo que es la controversia o lo controvertible, es decir, la discusión extensa y detenida sobre una materia defendiendo opiniones contrapuestas -tesis, antítesis- para llegar a una síntesis.
Y eso es el Derecho. No es suficiente para México ni para nosotros los electores que los aspirantes a la Presidencia del país señalen, meramente "señalen", ideas. "Haré esto, haré aquello". ¡No es suficiente! Les reclamamos diálogo y no minidiscursos que son en realidad lugares comunes plagados de inconsistencias.
La Universidad puede y debe ser en las circunstancias actuales el foro de debates históricos. Eso es lo que quisieron Justo Sierra, Antonio Caso, José Vasconcelos, Vicente Lombardo Toledano y Manuel Gómez Morín, entre otros, para nuestra Máxima Casa de Estudios. El Maestro de América dijo al inaugurar nuestra renovada Universidad el 22 de septiembre de 1910: "Sois un grupo de perpetua selección dentro de la substancia popular y tenéis encomendada la realización de un ideal político y social que se resume así: democracia y libertad."
¡Hagámoslo! Que las elecciones de este año encuentren en el campo universitario el terreno propicio en que germine el bien de la patria.
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