Y después de votar . . . . el fraude estaba ahí
Martín Esparza Flores
Inaudito lo que millones de mexicanos
atestiguaron la noche del primero de julio: con apenas el 10 % de las
casillas computadas en el país, el presidente del Instituto Federal
Electoral (IFE), Leonardo Valdés Zurita, se transformó en un
cantinflesco prestidigitador que extrajo, cual conejo de la chistera, a
Enrique Peña Nieto para mostrarlo como el triunfador indiscutible de la
elección presidencial, adjudicándole porcentajes de votación que ni
siquiera el PREP confirmaba.
Por todo el país miles y miles de
representantes de casilla apenas y concluían sus conteos y firmaban las
actas, pero de acuerdo a las autoridades electorales, ya había ganador.
¿Por qué tanta urgencia? ¿De dónde sacaba Valdés Zurita tan temeraria
conclusión? ¿Qué no se había acordado transparentar la voluntad y el
voto de millones de mexicanos?
Quedó en claro desde el primer momento
que la farsa oficial montada para anular el triunfo de Andrés Manuel
López Obrador ya estaba en marcha contando con la venia de un panismo
que se desfondó hasta la tercera posición de las preferencias y que
encontró en los medios electrónicos, sobre todo en el duopolio
televisivo, a su aliado natural para tratar de burlar la voluntad
mayoritaria de la población que desde temprano acudió a votar por un
verdadero cambio. Y que ahora, en justicia, pide y exige respeto
absoluto a su voluntad expresada en las urnas.
Los panistas trataron de minimizar el
sonido de las monedas, y cual encubiertos Judas invocaron a los
reflectores para anunciar su derrota; en una burla pública y cuando en
el PREP apenas y empezaban a fluir los primeros resultados, Josefina
Vázquez Mota arrió las banderas azules y se dijo desfavorecida por las
tendencias. También desde Los Pinos, el presidente Felipe Calderón ondeó
su sospechosa bandera blanca de la rendición.
A esas horas, decenas de absortos
observadores electorales e integrantes de organismos como el Yo Soy 132
ya tenían documentados, a través de las redes sociales, cientos de
irregularidades electorales cometidas en todo el país, y sencillamente
no daban crédito a la indiferencia de las autoridades. Ahí estaban los
delitos, las anomalías y hasta los culpables, pero nadie hacía nada. Sus
denuncias no encontraron eco en ninguna instancia, si acaso en la
Fiscalía Especializada para Delitos Electorales (Fepade), que sólo se
comprometió a investigar, más adelante, claro está.
Miles y miles de mexicanos constataron
por sí mismos que el Padrón Electoral del IFE no era confiable pues
nunca aparecieron en el listado, otros se enteraron que seres queridos
que ya han partido aún figuran como electores; la coacción a los
votantes, el acarreo y la compra de sufragios en efectivo o por medio de
tarjetas de tiendas Soriana se mostraron a la vista de todos como
prácticas que rebasaron en los hechos a los buenos deseos. Y son esos
miles de mexicanos los que se preguntan cómo se puede hablar de limpieza
electoral con tal cúmulo de irregularidades, alentadas y hasta
legalizadas en el peor de los escenarios por los responsables de operar
el máximo organismo electoral del país, como es el caso de Leonardo
Valdés y sus consejeros.
El problema mayúsculo para los artífices
de la mascarada es que millones de mexicanos no cayeron en el garlito
de creer las cifras mágicas con que se ungió al ganador, el domingo
primero por la noche. Hay mucho que aclarar ya sea por la vía legal o
por la vía de la movilización, porque México ya despertó y no será nada
fácil pedir que se vaya a dormir el sueño de los justos con un fraude
electoral de almohada.
El país está indignado y en pie de lucha.
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