14 jul 2012

REVISTA SIEMPRE



Y después de votar . . . . el fraude estaba ahí

Martín Esparza Flores
Inaudito lo que millones de mexicanos atestiguaron la noche del primero de julio: con apenas el 10 % de las casillas computadas en el país, el presidente del Instituto Federal Electoral (IFE), Leonardo Valdés Zurita, se transformó en un cantinflesco prestidigitador que extrajo, cual conejo de la chistera, a Enrique Peña Nieto para mostrarlo como el triunfador indiscutible de la elección presidencial, adjudicándole porcentajes de votación que ni siquiera el PREP confirmaba.
Por todo el país miles y miles de representantes de casilla apenas y concluían sus conteos y firmaban las actas, pero de acuerdo a las autoridades electorales, ya había ganador. ¿Por qué tanta urgencia? ¿De dónde sacaba Valdés Zurita tan temeraria conclusión? ¿Qué no se había acordado transparentar la voluntad y el voto de millones de mexicanos?

Quedó en claro desde el primer momento que la farsa oficial montada para anular el triunfo de Andrés Manuel López Obrador ya estaba en marcha contando con la venia de un panismo que se desfondó hasta la tercera posición de las preferencias y que encontró en los medios electrónicos, sobre todo en el duopolio televisivo, a su aliado natural para tratar de burlar la voluntad mayoritaria de la población que desde temprano acudió a votar por un verdadero cambio. Y que ahora, en justicia, pide y exige respeto absoluto a su voluntad expresada en las urnas.
Los panistas trataron de minimizar el sonido de las monedas, y cual encubiertos Judas invocaron a los reflectores para anunciar su derrota; en una burla pública y cuando en el PREP apenas y empezaban a fluir los primeros resultados, Josefina Vázquez Mota arrió las banderas azules y se dijo desfavorecida por las tendencias. También desde Los Pinos, el presidente Felipe Calderón ondeó su sospechosa bandera blanca de la rendición.
A esas horas, decenas de absortos observadores electorales e integrantes de organismos como el Yo Soy 132 ya tenían documentados, a través de las redes sociales, cientos de irregularidades electorales cometidas en todo el país, y sencillamente no daban crédito a la indiferencia de las autoridades. Ahí estaban los delitos, las anomalías y hasta los culpables, pero nadie hacía nada. Sus denuncias no encontraron eco en ninguna instancia, si acaso en la Fiscalía Especializada para Delitos Electorales (Fepade), que sólo se comprometió a investigar, más adelante, claro está.
Miles y miles de mexicanos constataron por sí mismos que el Padrón Electoral del IFE no era confiable pues nunca aparecieron en el listado, otros se enteraron que seres queridos que ya han partido aún figuran como electores; la coacción a los votantes, el acarreo y la compra de sufragios en efectivo o por medio de tarjetas de tiendas Soriana se mostraron a la vista de todos como prácticas que rebasaron en los hechos a los buenos deseos. Y son esos miles de mexicanos los que se preguntan cómo se puede hablar de limpieza electoral con tal cúmulo de irregularidades, alentadas y hasta legalizadas en el peor de los escenarios por los responsables de operar el máximo organismo electoral del país, como es el caso de Leonardo Valdés y sus consejeros.
El problema mayúsculo para los artífices de la mascarada es que millones de mexicanos no cayeron en el garlito de creer las  cifras mágicas con que se ungió al ganador, el domingo primero por la noche. Hay mucho que aclarar ya sea por la vía legal o por la vía de la movilización, porque México ya despertó y no será nada fácil pedir que se vaya a dormir el sueño de los justos con un fraude electoral de almohada.
El país está indignado y en pie de lucha.
3082esparza

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