Narra estancia con los tarahumaras
En uno de mis tiempos de
viajero estuve en el cañón del Cobre, hace más de 25 años. Me bajé del
tren con todo y equipaje, haciendo caso omiso del conductor, quien
insistía que allí no había nadie, sólo indios.
Pero entonces hay gente, le respondí, y me quedé con mi campamento, en medio de la nieve. En la tarde aparecieron tres de ellos. Les ofrecí parte de mi ropa a cambio de comida y pagué por adelantado.
Caminamos en la noche hasta su centro de
tipis, donde se levantaba una inmensa fogata. Frente al fuego se
concentraba toda la comunidad. Esperé un rato largo, que me parecieron
horas, y sin ver que cocinaran nada pedí a señas la comida pactada. Uno
de ellos me pasó una bolsa plástica con maíz, sin sal, requemado por
fuera y harinoso, crudo, por dentro. No pudiendo pasarlo pedí algo de
beber y me alcanzaron una botella de alcohol puro. Esperé una hora más y
el ciclo se repitió. Esta vez no pude ni comer ni beber nada. Pero
observé con detenimiento qué pasaba con las escasas provisiones y vi que
también era el alimento de las niñas y de los niños. Para mi sorpresa,
no había nada más de comer.
Hoy el hambre es peor, por la sequía. Pero los funcionarios dicen que
los rarámuris ya están acostumbrados y Felipe Calderón aclara que ya se
resolvió el problema del hambre en el campo mexicano. Tal
insensibilidad se suma a las razones de la indignación. No hay derechos
humanos, ¡ni hay derecho! Pobre Estado mexicano, ¿en qué lo han
convertido estos gobernantes?
Eduardo Correa senior
Fuente: La Jornada 22 de enero de 2012
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